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Ciencia y cultura

Lectura recomendada por: Juan Manuel Serrano

Exponer resultados o conclusiones es una habilidad que los investigadores deben desarrollar, pues ¿de qué serviría investigar si los hallazgos obtenidos fueran incomprensibles para la comunidad? Por eso, los informes son inherentes a cualquier proceso de producción científica. Ahora bien, es oportuno que reflexionemos sobre las implicaciones éticas y sociales de la investigación científica y su divulgación. Al respecto, traemos a colación unos apartes del artículo Una cultura sin cultura: Reflexiones críticas sobre la “cultura científica”. Su autor, Jean-Marc Lévy-Leblond, presenta las razones por las que la ciencia se encuentra en crisis, a partir de lo cual muestra la urgencia de resignificarla y de reubicarla dentro de la cultura. ¿Qué opinas de los planteamientos de este físico francés?

Una cultura sin cultura. Reflexiones críticas sobre la “cultura científica”

[…] La ciencia sufre una fuerte pérdida de crédito, tanto en sentido literal como en sentido figurado: su apoyo político y económico, como su reputación intelectual y cultural, atraviesan una grave crisis […].

De frente a la incertidumbre que pesa sobre el futuro de la ciencia, se suceden quejas y lamentos que atribuyen la responsabilidad tanto a los dirigentes políticos que no comprenden (¿ya no más?) la importancia de la investigación fundamental para el desarrollo económico, como al público profano que estaría cooptado por una ola de “anticiencia” e irracionalismo que amenaza el lugar de los conocimientos científicos en nuestra cultura.

De esta manera es usual entender a los querellantes ardientes por un desarrollo más amplio y más consecuente de la “cultura científica” o, en el mundo anglosajón, del “public understanding of science”. Se demandan nuevos esfuerzos en este sentido a los medios, al sistema educativo, a los propios investigadores. Sin embargo, muchas ambigüedades pesan sobre las nuevas perspectivas. Pondré el acento sobre dos de ellas […].

En primer lugar, actuamos como si en este asunto estuviera en juego puramente una cuestión de acceso al saber. […] Sin embargo, posiblemente deberíamos reconocer que no se trata solamente de una cuestión de saber, sino sobre todo de una cuestión de poder (Jean-Marc LévyLeblond; 1992). Nuestros conciudadanos no se preocupan solamente de comprender las manipulaciones genéticas o la energía nuclear, sino que les gustaría tener el sentimiento de que pueden actuar sobre sus desarrollos, elegir las orientaciones de la investigación, ejercer su derecho de control y de decisión sobre la evolución de la tecnociencia […].

Mi segunda observación es la siguiente: al poner el acento sobre la difusión de los conocimientos hacia el público, hacemos creer que hay, por un lado, los legos, los no sapientes y, por el otro, nosotros, los científicos. […] Debemos comenzar por hacer acto de modestia y reconocer que nuestros saberes son bastante limitados y sus campos de validez estrechamente circunscriptos -es eso, por otra parte, lo que hace su valor y su fuerza.

El problema, en este sentido, es bastante más grave que la simple investigación sobre los medios eficaces para difundir una cultura científica considerada como existente, que poseerían los propios científicos y que no habría más que transmitir a los profanos. El problema es ahora reinsertar la ciencia en la cultura, “(re)poner la ciencia en la cultura”, como decimos en francés, lo cual exige una modificación profunda de la propia actividad científica […].

Pero es necesario acaso consolidar mi diagnóstico, pues soy bien consiente de su carácter un poco provocador, según el cual no hay más cultura en la ciencia […]. Expondré tres aspectos actuales:

1) El fin del modelo lineal. Actualmente la creencia clásica en un desarrollo lineal de la ciencia, en un progreso acumulativo y natural del conocimiento, está radicalmente cuestionada. […] El fin de un modelo lineal del progreso de la investigación plantea evidentemente graves problemas a la comunidad científica, dado que convierte en caducos los modelos de formación profesional de los investigadores fundados solamente sobre el aprendizaje de la ciencia contemporánea.

2) La baja de calificación profesional. Podemos adelantar la idea de que la calidad promedio de la investigación científica de hoy en día es más baja que en el pasado, y existen episodios inquietantes de aberraciones metodológicas. […] Esta pérdida de calidad, que tiende a compensar una explosión en lo que hace a cantidad, tiene su origen en la práctica social de las ciencias contemporáneas: la presión competitiva por los puestos y los créditos obliga a publicaciones hechas cada vez más de prisa, mientras que los nuevos modos de publicación electrónica facilitan la inflación y la repetición por abuso del “cortar / pegar”, sin hablar siquiera de los fenómenos de fraude y plagio que se multiplican.

3) La pérdida de pertinencia. Aún más grave acaso que esta creciente mediocridad de la producción científica es su pérdida de relevancia a mediano plazo. Es muy instructivo para un investigador retomar en su dominio de investigación las (mejores) revistas de hace algunas décadas, leer en detalle el sumario y preguntarse cuál ha sido la posteridad de los diferentes artículos publicados. Es forzoso constatar que la gran mayoría de esas publicaciones no han dejado huellas dignas de interés; y no se trata aquí tanto de las contribuciones individuales de los investigadores como de los temas mismos de investigación […].

La situación actual llama a una modificación profunda de la práctica y la profesión científica. Remarquemos, de paso, que es muy reciente la aparición del término “investigador”. Al principio no había investigadores, sino “sabios”, cuya actividad consistía en lo que hoy llamamos investigación, ciertamente, pero también la enseñanza, la divulgación y la aplicación de la ciencia. Fue sólo en el siglo XX que nació la figura singular y nueva del investigador, cuya profesión es exclusivamente producir nuevo saber, pero no distribuirlo ni aplicarlo  […].

Todavía es necesario que no confundamos la distribución del saber científico con la promoción de la imagen de marca de la ciencia. […] Y todavía es necesario también que la formación de estos científicos, que los hará más que investigadores, los ponga asimismo a ejercer estas otras tareas. […] ¿No sería necesario además que la formación profesional de los investigadores (doctorado, etc.) incluya, evalúe y valide sus competencias culturales y sus aptitudes para ponerlas en acción?

Sólo la cultura permite dotar a las actividades humanas de este sentido del cual la ciencia tiene tanta necesidad actualmente […]. La cultura es ante todo la creación, bajo sus formas artísticas tradicionales o novedosas  […], [mientras que la] ciencia es a la vez demasiado seria y demasiado placentera como para ser dejada solamente en manos de los científicos.

Lévy-Leblond, 2003 (adaptación)

 

Referencia

✒ Lévy-Leblond, J. M. (2003). Una cultura sin cultura: Reflexiones críticas sobre la “cultura científica”. Revista iberoamericana de ciencia, tecnología y sociedad, v. 1,1. Consultado el 3 de diciembre de 2014, en: http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1850-00132003000100007&lng=es&nrm=iso.

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